Eran las 3,30 de la tarde del sábado 21 de diciembre de 1907. Bajo un sol abrasador, la multitud se apretujaba en la Escuela Santa María de Iquique. Frente a ella, las negras bocas de fusiles y ametralladoras que apuntaban amenazadoramente.
Trabajo presentado por Iván Ljubetic Vargas el Viernes 19 de enero de 2007 en el Museo Vicuña Mackenna.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
A UN SIGLO DE LA MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA DE IQUIQUE.
Publicado por
Coordinadora Nacional de Conmemoración del Centenario Masacre Esc. Santa María
en
19:13
Etiquetas:
Historia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
El Intendente de la provincia de Tarapacá había firmado la orden de desalojar a los huelguistas de la escuela. Tarea que cumpliría el general Roberto Silva Renard.
Este, montado en un caballo blanco, se acercó a la gente.. Se escucharon las escalofriantes notas de un clarín...
En medio de un silencio que presagiaba algo terrible, se escuchó la voz llorosa de un niño:
- Mamá, quiero hacer pichí.
La madre, Águeda Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde la oficina salitrera Alianza, intentó hacerlo callar.
- Aguanta un poco, chiquillo de moledera...
- Es que no puedo más, por favor, mamita...
Doña Águeda, tomó a sus tres niños y, abriéndose paso dificultosamente entre la compacta muchedumbre, se dirigió a los baños de la Escuela. Estaban allí cuando escucharon descargas de fusilería y ráfagas de ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.
Se había consumado la matanza.
Quizás, por estar allí en los baños, escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años de edad. Ella sería, tiempo después, la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez.
Otro testigo de ese sangriento episodio, Elías Lafertte, relata:
"Por las calles empezaron a pasar carretones de la basura que venían de la Escuela Santa María cargados de muertos y heridos. A los bomberos, bajo el mando de su jefe John Locked, un inglés que era gerente de la firma Locked Brothers, se les había asignado la macabra tarea de llenar las carretas con cadáveres..."
¿ Cuál fue la causa de esa terrible masacre?
Francisco Valdés Vergara, en una conferencia dada el 1º de mayo de 1910, en el Centro Conservador de Santiago, refiriéndose a lo ocurrido el 21 de diciembre de 1907, dijo:
"No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros.
Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia, y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas".
Luis Emilio Recabarren, en su obra "La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de la Igualdad", respondió al reaccionario Valdés Vergara:
"Nosotros conocemos íntimamente la historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de esa acción se destacaba.
¿Qué pedían los obreros en huelga? ¿Pedían acaso una monstruosidad? ¿Iban tras una cosa injusta? ¿Pedían una exageración?
¡No, mis queridos hermanos! Los obreros del salitre reclamaban estrictamente una cosa justa hasta la evidencia".
Los hechos, los porfiados hechos, desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún "levantamiento sedicioso", ni el movimiento de los trabajadores fue una acción "contra el orden, contra los bienes y las personas".
Los hechos dan la razón a Recabarren: " Lo que los obreros del salitre reclamaban, era una cosa justa hasta la evidencia".
En la edición del 21 de noviembre de 1907 del periódico "La Voz del Obrero", de Taltal,
fue publicado el Pliego de Peticiones de los obreros de la pampa de Tarapacá..
¿Qué solicitaban?
La elevación de sus salarios de acuerdo al alza del costo de la vida, salarios que -en el plazo de tres años- habían perdido la mitad o más, de su capacidad de compra.
Solicitaban que las fichas con les pagaban los salarios fueran cambiadas a la par, es decir sin recortarles su valor, como lo hacían corrientemente.
Exigían poner fin a los abusos de que eran víctimas en las pulperías, las que eran propiedad de las compañías y que tenían el monopolio de las ventas. Para ello pedían que pudieran ingresar a las oficinas vendedores particulares. Además, solicitaban colocar al lado afuera de las pulperías una balanza y una vara, para comprobar que no les robaran – como se hacía habitualmente- en los pesos y las medidas.
Pedían que las chancadoras (donde se trituraba el caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas temperaturas) fueran cerrados con rejas de fierro para evitar-como acontecía con frecuencia- que algún obrero cayera dentro de ellos encontrando una horrible muerte.
Solicitaban que las empresas entregaran, de manera gratuita, un local para que funcionara una escuela nocturna.
Están eran sus "sediciosas" peticiones.
Hubo conversaciones de los obreros con los administradores de las oficinas salitreras. Primero, fueron tramitados. Luego, les dijeron que los patrones que estaban en Iquique o Londres, no aceptaban ninguna de las peticiones..
Entonces, recién el martes 10 de diciembre de 1907, se inició la huelga en la oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes, el movimiento se extendió por toda la pampa de Tarapacá.
Como lo escribió el poeta popular, Francisco Pezoa, en su "Canto a la Pampa":
"Hasta que un día como un lamento
de lo más hondo del corazón
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.
Eran los ayes de muchos pechos
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador"
No hubo el tal "levantamiento sedicioso" del que habló Valdés Vergara.
Lo que hicieron fue dirigirse a Iquique para tener directo contacto con los dueños de las salitreras y con las autoridades provinciales del gobierno de Pedro Montt. Partieron el viernes 13 de diciembre.
"Vamos al puerto dijeron vamos
en un resuelto y noble ademán
para pedirle a nuestros amos
otro pedazo no más de pan.
En la misérrima caravana
al par que al hombre marchar se ven
la esposa amante la madre anciana
y al inocente niño también".
Los primeros pampinos llegaron a Iquique el domingo 15. En absoluto orden. Luego, las autoridades los enviaron a la Escuela Santa María. Los obreros obedecieron.
El miércoles 18 de diciembre, cuando se cumplía el octavo día de la huelga, el periódico "El Tarapacá" destacaba "la actitud de absoluto orden adoptada por los huelguistas". Sostenía que "sus manifestaciones se han reducido a meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación". Agregaba. "En las numerosas oficinas que permanecen paralizadas, el orden se mantiene inalterable".
Al parecer el conservador Valdés Vergara no leía ni siquiera la prensa que representaba sus mismas posiciones políticas.
El jueves 19, noveno día de huelga, a las dos de la tarde, junto a los acorazados Zenteno, Pinto y Chacabuco, que estaban en la bahía de Iquique, ancló un cuarto barco de guerra. En él venía el Intendente Carlos Eastman, que había estado en la capital.
Los huelguistas llenaban los muelles. Aguardaban la llegada del Intendente llenos de una ingenua esperanza. Un fuerte contingente militar ponía el marco a la escena.
Elías Lafertte describe al Intendente como: "un viejo delgado, enjuto, vestido de negro". Relata que "apenas desembarcó fue cogido en andas por los entusiasmados pampinos y llevado de esta forma hasta la Intendencia... A los requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una frase, una sola, que por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los trabajadores.
- ‘No pensaba volver –dijo- pero me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra oficial del Gobierno para arreglar el conflicto’."
No agregó ni una sílaba más. Pero los ilusionados pampinos llenaron la tarde con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!
A las dos y media de la tarde del viernes 20, llegaron a la Escuela Santa María los cónsules de Perú, Bolivia y Argentina. Pidieron hablar con sus connacionales, que estaban en huelga.
Los instaron a abandonar el local, advirtiéndoles que si no lo hacían los cónsules no responderían de ellos, que la cosa era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y las balas no discriminarían entre chilenos y extranjeros.
La respuesta fue inmediata. Los obreros argentinos, bolivianos y peruanos se negaron a desertar. Por ejemplo, los bolivianos dijeron a su cónsul: "Con los chilenos vinimos, con los chilenos morimos".
¡Qué bello, valiente y emotivo gesto de internacionalismo proletario!.
El sábado 21 de diciembre de 2007 se perpetró la terrible masacre.
Así lo cantó Francisco Pezoa:
"Benditas víctimas que bajaron
desde la pampa llenas de fe
y a su llegada lo que escucharon
voz de metralla tan sólo fue.
Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión
queden machadas con sangre obrera
como un estigma de maldición."
Fue allí en el puerto de Iquique donde la marina chilena utilizó por primera vez en nuestra historia las ametralladoras, no para defender la patria, sino para asesinar a lo mejor de ella.
Este año se cumple un siglo de ese sangriento episodio. Como tantas otras veces, las fuerzas armadas utilizaron las armas que el pueblo les entregó, para disparar contra ese mismo pueblo.
No podemos permitir que el tiempo borre de la Memoria los crímenes cometidos.
Y con el poeta proletario, cada uno de nosotros, cada hombre, mujer y joven democrático debemos decir:
"Pido venganza para el valiente
que la metralla pulverizó
pido venganza para el doliente
huérfano y triste que allí quedó.
Pido venganza por el que vino
de los obreros el pecho a abrir
pido venganza por el pampino
que allá en Iquique supo morir".
Los responsables del crimen tienen nombres concretos:
Presidente de la República: Pedro Montt
Ministro del Interior: Rafael Sotomayor
Intendente de Tarapacá: Carlos Eastman
Jefe de Plaza y autor material: general Roberto Silva Renard.
Abogado de los patrones salitreros: Antonio Viera Gallo.
No olvidemos sus nombres y los intereses que representaban.
Y debemos tener muy claro que esa masacre, no sólo tuvo por objeto aplastar brutalmente una legítima huelga obrera, que sólo exigía otro pedazo no más de pan.
Sino que ella tuvo otro objetivo más amplio: destruir el potente movimiento sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 al aparecer en el escenario chileno las primeras organizaciones sindicales: las Combinaciones Mancomunales de Obreros.
Las Mancomunales, que hacia 1907 habían alcanzado gran fuerza en numerosas puntos del país, desaparecieron en diciembre de ese año.
Con la masacre de la Escuela Santa María, se abrió un período de reflujo del movimiento sindical, que sólo comenzó a superarse hacia 1912, gracias a la labor de Recabarren.
La Masacre de la Escuela Santa María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra el pueblo chileno en el siglo XX, a las cuales se agregó el terrible
genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet.
Este año recordaremos de mil formas la matanza perpetrada hace un siglo atrás. La evocaremos no sólo para honrar a los caídos, sino para tener conciencia que la lucha continúa, que la historia se sigue escribiendo.
Lo haremos teniendo presente lo que dijo Neruda:
"Pueblo, del sufrimiento nació el orden.
Del orden tu bandera de victoria ha nacido.
Levántala con todas las manos que cayeron.
Defiéndela con todas las manos que se juntan:
Y que avance a la lucha final, hacia la estrella
la unidad de tus rostros invencibles."
Iván Ljubetic Vargas
Museo Vicuña Mackenna
Viernes 19 de enero de 2007
Publicar un comentario